martes, 10 de febrero de 2015

Hay un cuento cada noche



Hay un cuento cada noche, 
donde el silencio se asoma y la besa, 
su aliento es la suave brisa que susurra sus oídos,
lo iracundo es lo abstracto, 
allí puede usar sus ojos de mariposa y cubrir su desnudez con los 
destellos de la luna tibia.
Es una niña, inocente, que siendo mujer no teme a la intuición
y a la sabiduría de sus canas.
Mira sus manos, pequeñas, pero capaces de crear mundos afables llenos de pasiones.
Es una pieza del ajedrez, la marioneta del titiritero, ¡el tiempo! 
Para vivir, tenía que quemar su cielo, donde su voz eran las melodías de aquella guitarra.
Allí, muda, solo contemplaba.
Escondió sus secretos en las nubes.
Sus manos cubiertas de terciopelos olían a risas y las lluvias del bosque acompañaban sus montañas.
Su piel roza el cielo, está cerca de la locura y la cordura se espanta.
En medio del aguacero, su cantar abrazó su sombra.
Era de otro planeta y estaba aquí tratando de aterrizar, un día despierta y sabe que su mundo imaginario es más real de lo que pensaba.
Al único lugar que tenía que llegar  era a ella misma, tenía que ser la poesía no apreciada y que su alma encontrara su mundo.
Era como esa pintura llena de imprecisiones, en donde el misterio y la fantasía se unían a la imaginación y tomadas de la mano con la memoria, reproducían con pasión aquello que le había golpeado, solo lo esencial.
Conocía de puertas, pero no sabía si estaban cerradas o si debía cerrarlas, no sabía si dejar entrar en esta vida o solo dejar fluir en una próxima.
Su cuerpo y su alma eran una dualidad, eran veneno y cura a la vez.
Su único lenguaje válido, era el poder del no miedo, allí no habían idiomas, ni fronteras, no habían paredes, ni juicios, su corazón tenía la creatividad interior y nadie podía usurpar la ilusión de las melodías blandas que susurraban con suavidad sus sentimientos de seda. 
El viento podía llevarse sus palabras, pero nadie  se llevaría sus silencios.
No había recuerdos que arrancaran el laberinto de su memoria, ni hoja marchita que destiñera su imagen.
Su cuerpo silente y distante canta, como aquella melodía virgen que vive en algún corazón y donde la muerte es la última canción del túnel.