Hay un cuento cada
noche,
donde el silencio se
asoma y la besa,
su aliento es la suave
brisa que susurra sus oídos,
lo iracundo es lo
abstracto,
allí puede usar sus ojos
de mariposa y cubrir su desnudez con los
destellos de la luna
tibia.
Es una niña, inocente,
que siendo mujer no teme a la intuición
y a la sabiduría de sus
canas.
Mira sus manos,
pequeñas, pero capaces de crear mundos afables llenos de pasiones.
Es una pieza del
ajedrez, la marioneta del titiritero, ¡el tiempo!
Para vivir, tenía que
quemar su cielo, donde su voz eran las melodías de aquella guitarra.
Allí, muda, solo contemplaba.
Escondió sus secretos en las nubes.
Sus manos cubiertas de terciopelos olían a risas y las lluvias del bosque acompañaban sus montañas.
Allí, muda, solo contemplaba.
Escondió sus secretos en las nubes.
Sus manos cubiertas de terciopelos olían a risas y las lluvias del bosque acompañaban sus montañas.
Su piel roza el cielo, está
cerca de la locura y la cordura se espanta.
En medio del aguacero,
su cantar abrazó su sombra.
Era de otro planeta y estaba
aquí tratando de aterrizar, un día despierta y sabe que su mundo imaginario es
más real de lo que pensaba.
Al único lugar que tenía
que llegar era a ella misma, tenía que ser la poesía no apreciada y
que su alma encontrara su mundo.
Era como esa pintura
llena de imprecisiones, en donde el misterio y la fantasía se unían a la
imaginación y tomadas de la mano con la memoria, reproducían con pasión aquello
que le había golpeado, solo lo esencial.
Conocía de puertas, pero
no sabía si estaban cerradas o si debía cerrarlas, no sabía si dejar entrar en
esta vida o solo dejar fluir en una próxima.
Su cuerpo y su alma eran
una dualidad, eran veneno y cura a la vez.
Su único lenguaje
válido, era el poder del no miedo, allí no habían idiomas, ni fronteras, no
habían paredes, ni juicios, su corazón tenía la creatividad interior y nadie
podía usurpar la ilusión de las melodías blandas que susurraban con suavidad
sus sentimientos de seda.
El viento podía llevarse
sus palabras, pero nadie se llevaría sus
silencios.
No había recuerdos que
arrancaran el laberinto de su memoria, ni hoja marchita que destiñera su
imagen.
Su cuerpo silente y
distante canta, como aquella melodía virgen que vive en algún corazón y donde
la muerte es la última canción del túnel.
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