Aquel muro era grande,
hacía que ella se sintiera invisible,
con las cuerdas de su guitarra entonaba melodías
que serían guardadas debajo de su colchón.
Quiso cantar,
pero cuando abrió su boca se quedó muda,
parecía que las bellas notas
solo estaban en las hojas escondidas.
Miraba su guitarra y lloraban juntas,
nadie entendía lo que ambas sentían al ser tocadas,
pero tan dulces sinfonías salían de ellas,
que solo ambas podían abrazar sus silencios.
Sin planearlo él llegó,
leyó sus notas y sin saber bailar,
fue el mejor acompañante,
sus manos fueron sus ojos,
sus ojos fueron sus abrazos,
sus abrazos fueron sus besos
y sus besos fueron la esperanza
de cada amanecer.
De su bolso sacó una hoja,
sin tener una guitarra la afinó,
y fue la autora de sus propias letras.
#historias no menos reales
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