Hay un lugar sombrío,
lleno de destellos que
caen de la tierra
Muchos sueños que vagan en
el limbo de la vida
Ellos quieren partir, más
yo los aferro a mí y los escribo
Podría escribir cartas
todos los días
Aún sabiendo que nunca
llegarán a su destino
Porque los destinos los
cambia el tiempo
Y yo no creo en los
destinos
Más ellos se aferran a
existir
Miro los pasos y tienen
una fría calma
y revelan la ausencia de
mis miradas
Aún así, sigo escribiendo
Puedo escribir en mi
cuerpo
envolverme en una hoja
y meterme en una botella
lanzarme al mar y llegar a
Praga
ciudad soñada por mi alma
ver sus luces y volar con
ellas
Deshojarme en sus calles
Oler sus vientos otoñales
Y pintar frente a un
cristal mi sonrisa
de placer provocada por la
lluvia
de una tarde humedecida
Un instante, solo un
segundo extasiado
Y volver a la botella y de
nuevo lanzarme al mar
llegar a una Isla secreta,
donde no haya frío ni calor
donde la calma abrace mi
alma y el silencio
sea el canto para mi paz y
despertar
volver a mi realidad,
correr entre la vida
apresurada, llena de
incertidumbres y egoísmos
pasearme entre las gentes
con cuello blanco y
oler sus perfumes costosos
Y de nuevo quiero ser la
hoja dentro de la botella
No salir de ella, sonreír
en un sueño no encontrado
Y navegar sin rumbo hasta
llegar al lugar soñado
Ver de nuevo las hojas de
otoño
Y pintar sobre ellas mis
versos
Acariciar el dolor de
ellas, arrullar
el miedo que les produce
el viento incierto
y cubrir sus lágrimas pintadas
por la lluvia
Unas letras, unas hojas,
un cuerpo, una botella
un destino, un sueño, una
realidad,
Y sigo divagando, en el
sentir apasionante
de las horas que galopean en el reloj y
achican
mis tormentos.
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