La Luna se
enamoró del Mar
Ella con
sus lágrimas llenaba sus aguas.
Eran sus
olas las que la atraían a él,
las que
hacen de cada noche, su compañía.
Y Praga al
ocaso, lleno de estrellas que emergían de la oscuridad,
donde el
olor del viento llegaba a sus abismos.
Bajo
tierra, sin nombre pronunciable, observaban sus sombras
y a penas
respiraban sus perfumes.
Volaban,
en un casi no existir, haciendo convulsas preguntas.
Olvidando
las inexplicables respuestas.
La nubes
dibujaban las penas, los recuerdos, los sentires y
prolongaban
los sueños grises de libros.
Torbellinos
de fotografías sueltas, de matices no vistos.
¿Valdrá la
pena?
¿Valdrá la
pena verle, aunque no pueda tocarle?
¿Valdrá la
pena esperar el retraso del ocaso para encontrarse?
¿Valdrá la
pena marcharse para no volver?
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