Hay un Dios que me habita y yo lo habito a él.
En medio de la noche su sombra invisible cobija
el frío de la vida y la luna se esconde ante su calor.
Se pierde en medio de las estrellas y no le importa
que no le encuentre en cada segundo,
porque en cada segundo habita en el color
de las sorpresas de mi último cielo transitado.
Baila en los momentos sin paz y en medio de la
desesperanza inquietante de los suspiros
besa el ahogo de las montañas silenciosas.
Es tan potente que explota en las cenizas de las
erupciones y con su neblina cubre las nubes
de pensamientos infinitos al sin saber de los horizontes.
Lleno de misterio abraza el dolor de las almas y llueve
con sonidos de palabras que recorren los callejones
de faroles sin luz.
Tiene una sonrisa que se pierde en la noche y
sin ser escuchada acaricia los muros derrumbados
por el cansancio de los caminos de la existencia.
Su olor es la fragancia que inunda mi cuerpo y con
sabor a sueños, sus ojos no dejan de mirarme y yo no
dejo de mirarle a él.
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