Sentada en aquel lugar,
frente a un paisaje de cristales limpios donde las gentes
desfilaban apresuradas una tras otra sin notar que el cielo se había vestido de
arcoris grises para ser admirado por un segundo, allí, nadie se detenía.
Nadie se detenía, una anciana cruzaba la vereda y con su vista nublada temía ser arrollada por algún conductor que en su rapidez no notara sus pasos lentos que eran marcados por los años.
Nadie se detenía, una joven discutía con su pareja por detalles que sacaban lágrimas de sus ojos.
Nadie se detenía, los
trabajadores no descasaban sus máquinas ruidosas, tal vez pensaban que el ruido
de la vida era peor y sus máquinas se transformaban en la música que las gentes
preferían escuchar.
¡Ella se detuvo!
El cielo le cantó y no
pudo negarse a contemplar la transición donde las nubes poco a poco escondían
al sol para empezar a mojar la tierra con sus lluvias.
A ella no le importó no
andar paraguas, sabía que esa lluvia refrescaría sus dolencias.
Allí sentada, podía
separar cada sentimiento, sabía que hay dolencias más fuertes que otras, que
hay dolores que no duelen, pero hay otros dolores que ni el alma puede contenerlos.
¿Cuándo empezaría a
llover?
Pensaba mientras las
angustias eran abrazadas una por una.
Tenía angustias reales,
otras soñadas y otras imaginadas.
Su mirada era triste, pero
la tristeza tenía olor a esperanza.
Sus ojos color miel se
dilataban frente al verde fogoso del paisaje y las gaviotas la acompañaban con
cantos melodiosos esperando que la vida les arropara con sus aguas.
Su mente era un mar infinito de preguntas,
pero las respuestas sin existir,
existían, pero no eran respuestas
para ella, seguramente llegaría a anciana y muchas respuestas habían quedado
demoradas en el reloj de la vida y sin saber
lo que no fue, vivía intensamente lo que pudo ser.
¿Será este el último segundo donde pueda contemplar el cielo?
Pensaba ella mientras
alzaba su mirada saludando sin despedirse del horizonte.
En ese momento no tenía
con quien hablar, más su voz firme se quebraba en la prosa de sus pensamientos
como si estos fueran una poesía leída.
Su corazón sugería en cada
palpitar las melodías que no están en la música, pero la música era ella misma.
Acoger la felicidad,
pensaba ella, no hay felicidad falsa, porque cuando se presenta es tan real
como la misma angustia que se pierde en la neblina.
¿Qué importa ser feliz de esta manera, si lo que se exalta puede ser duradero y real?
En ese instante, como una
pequeña y diminuta flor, revoloteaba con las gotas que empezaron a acariciar su
cuerpo, sus pies se elevaron y extasiada tocaba el cielo solitario de su alma y
el de su paisaje pintado de cristales limpios.
!Paisaje que no podría olvidar!
#historias no menos que
reales
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