Te has hecho viejo y aún así sigues jugando en la plaza cubierta de arbustos y niños, donde sus risas son los cantos que florecen en las ramas.
Una niña
Una joven
Unos labios en el rostro de ella, y con ella una mirada de exilio donde se ofrenda como un lienzo en blanco para ser escrito por unas manos llenas de café y un aposento cubierto de humo con historias inconclusas.
Ella queda y con ella queda su alma, y el tiempo le debe tanto y ella lo hace suyo.
Transita una calle con casas antiguas y a lo lejos unas montañas, donde los ríos se escuchan entre formas luminosas y en el silencio los peces hacen el amor, todo fluye; lento, rápido y el tiempo sigue su marcha.
Las llanuras lloran y envidian a los peces, se cubren de matices que alimentan el fruto de los temores reflejados en los pasos de huellas invisibles.
Hombres y mujeres, entre sueños y desvelos, entre agonías y placeres, entre el ayer de la vida y el mañana del mundo.
Las palabras bailan y derriten la nieve y la nieve cubre los espejos y los espejos se visten de sombras que renacen en las esquinas donde no hay letras, pero los libros hablan y sus páginas suplican poemas.
El tiempo vuelve, fuerte, vigoroso, donde el odio es su abrazo y lo que le atemoriza tiene sabor a dulzura y lo que estaba muerto vive.
Ya no hay caras sin rostros, las voces tienen sonidos, las miradas tienen palabras y el tiempo lo sabe.
Pocos leen, aún así, los libros se pintan con leyendas urbanas, donde las memorias entre sueños vuelven a ser el tiempo en la amnesia del recuerdo.
La niña juega entre las hojas que caen de los arbustos, se maquilla con la inocencia de la vida, detiene el tiempo y se abraza a ella misma y el tiempo no se detiene y adquiere otros matices donde el abrazo más cercano se posa en la tibieza de su alma.
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