martes, 11 de agosto de 2015

Lo efímero, ironías de la vida


"Nada te turbe, 

nada te espante, 

todo se pasa..."


Santa Teresa de Ávila





La vida… ¡Un segundo de nada o un momento de todo!

¡La vida es tan efímera!, pensaba la mujer sentada en su mecedora, con su libro en las manos, descansando a la intemperie de la tarde, con sus colochos sueltos y el viento acariciando su rostro.

Ya lo dijo el profeta: "Todo tiene su tiempo"

¿Pero cómo saber cuándo y dónde es el instante indicado para sentir que ese es el tiempo y no otro momento de la vida para cumplir los deseos del corazón? 

Es como ese instante en donde nuestros ojos se cierran y se abren sin darnos cuenta,  excepto, que nos ubiquemos frente a un espejo y nos propongamos a contemplar las veces que podemos parpadear en un segundo, de lo contrario, aquel parpadeo termina siendo tan natural como el respirar sin estar pendientes que nuestros pulmones tienen la función principal de llevar aire a nuestro cuerpo.

Esto me lleva a pensar en el chico que por timidez dejó pasar la oportunidad de dar su primer beso a esa joven que miraba todos los días sentado en aquella banca esperando ansioso el que ella desfilara frente a sus ojos con esa silueta perfecta de adolescente y rozar suavemente sus labios.

Podría ser también, aquella mujer que dijo:  “No”, al trabajo que tanto deseaba por arraigarse en casa reflexionando que ese era su lugar y que si dejaba a sus hijos al cuido de una niñera sería una madre apática por no haberlos acompañado en los momentos más significativos de sus vidas. Por ejemplo: Perderse en la culpa de no estar en ese segundo cuando el niño dice por primera vez “mamá”.

O,  ingenuamente, la historia de tantas gentes que en su diario vivir dejamos de hacer, por pensar en ¿Qué dirán los demás?, y es donde los miedos se exhiben uno tras otro y el pánico a las críticas, al rechazo, al ridículo, al sentir, al desear, al salir de la monotonía, se hacen parte de la cotidianidad y el ocaso absorbe las horas y la noche se sentó esperando que el alba la consumiera con la esperanza de que una estrella nueva pintara su otro día.

Pero me vibra fuerte la historia de esa persona que le diagnostican una enfermedad terminal.

¿Se han puesto a pensar que discurre por la mente de alguien que de pronto tenía el mundo en sus manos y ahora el mundo la tiene a ella o a él y juega con el tic tac del reloj achicando cada vez más las palpitaciones de su corazón?

Debe ser muy complejo seguir viviendo con el mismo entusiasmo cargando la muerte sobre sus hombros.

Aún así, esa persona tiene solo dos opciones:

Una, acelera el proceso de su muerte, se encierra en su mundo incomprensible para los demás y saca a todos de la poca vida que le queda, solo esperando que llegue el día en donde vea “la luz blanca del túnel".

Otra, detiene el proceso de su muerte y vive apasionadamente cada segundo ya que no puede desperdiciar el tiempo que le queda de vida. Abraza la aventura, ama desaforadamente, ríe, llora, grita y guarda silencio, porque sabe que debe saborear cada instante llenos de insignificancias.

Por un segundo cierro mis ojos y me pongo en ese sitio, ¿Qué haría yo?

¡No lo sé!, respondió aquel joven que no besó a la chica/ ¡No lo sé!, respondió aquella mujer que dejó pasar el trabajo que soñaba/ ¡No lo sé!, respondió el que sigue respirando cada día pero se siente muerto internamente y no encuentra el valor de hacer algo peculiar/ ¡No lo sé! respondió el que tiene el tiempo en su contra y de pronto ya no habrá un mañana.

¿Cuántas veces parpadean nuestros ojos en un segundo, en un minuto, en una hora o en un día?

Depende del organismo de la persona, contestaría subjetivamente el especialista, pero en promedio, la velocidad media de un parpadeo es de 300 a 400 milisegundos y si habláramos de la función tan importante que ejerce ese parpadeo sobre nuestros ojos, pues tal vez nos detendríamos cada cierto tiempo a valorar ese abrir y cerrar y lo disfrutaríamos como nos deleitamos con una taza de café en un día lluvioso y un libro excitante.

Los segundos pasan tan rápido, el tiempo nos gana y parece que nos empuja a vacíos existenciales en donde muchas veces no podemos salir de ellos y nos miramos frente al espejo y nuevas arrugas nos saludan cada día.

¡Cuánto sabor de vida y aventura nos falta en estas sendas que transitamos!

De nuevo cala fuerte lo efímero de la vida:  Lo importante no es cuantos años vivamos, lo importante es lo que hacemos y sentimos con los años que vivimos.

¿Será un abrazo, un beso, un viaje, un libro, una sonrisa, una aventura extrema, una mirada, o un cambio de ruta la que pide auxilio en nuestra alma para sentirse vital?

Ella lo dijo:

“Una luz, una lámpara,
la lejanía de la noche.
La lejanía de la lejanía
nace de mí, nace con música.
Vivir libre.
Libertad de ser sólo ceniza.

(Alejandra Pizarnik)

 Él lo escribió:

“... Pero no es el desánimo: saben que el amor existe. Por eso sufro el exilio con los ojos secos. Todavía espero. Un día viene, al fin…”


(Albert Camus)




¿Saltar al vacío? (no importa el nombre que este lleve), solos o acompañados, el emerger de la rutina y el aburrimiento del día a día siempre será  una magnífica opción y la memoria de la vida con todas sus ironías llena de nostalgias y alegrías, aplaudirá esos momentos de locura que transformaron de los instantes rutinarios en placeres excitantes e inolvidables.

...¡Bienvenidos a vivir!

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