¡Renacer!, pensaba ella
mientras miraba las hojas marchitas pintadas en el lienzo
donde en sus ramas llevan un
pasado no muy distante, ni muy cercano.
Saber que sus memorias son como
las cenizas que levanta el viento y en ellas los recuerdos
de alegrías y tristezas.
Caminar no es olvidar, y eso ella
lo sabía, caminar es volver a atreverse a dar un paso en firme sin saber su
destino.
Ella amaba resurgir en el
viento que acaricia sus "colochos", poder admirar el horizonte lleno de
destellos, oler la tierra mojada cuando llueve, ver en los escondites olvidados una vida
plena.
Era saber que su corazón aún seguía
latiendo, aunque con menor fuerza, pero si callaba escuchaba cada palpitación
tan fuerte como el grito en una montaña llena de ecos.
Cada día, cada noche ella era
consciente de lo que podía sentir; del amor, de la pasión, de los sueños, de
los colores, de la música, de los bailes, de los dolores, de los libros, de las
palabras, de las letras, de las nostalgias, de los vacíos, de los silencios.
Resucitar no era para ella
bajar la luna con sus estrellas, más sabía que la noche no brilla si no hay una
luna que la acompañe.
En sus manos rebrotaba la
imaginación, hacía de la quietud un agridulce pintado en un pedazo de madera
que sin anhelos de nada se dejaba ir trágicamente en el infinito de su
naturaleza.
Una tela, unas hojas, unas
ramas, unas tintas sin destellos y allí resurgía en sus verdades pintadas con
esperanza.
Ella y la vida llena de
contradicciones
Ella y el lienzo que la
acompaña
Ella y sus únicos colores
Con todo lo vibrante de su
alma, Ella y su cuerpo con una llama flamante, sabía que vivir en la espera es
resurgir en la vida incierta y silenciosa expectante del mañana apasionante y
pintar un canto con los trozos de tragedia abrazando las sombras escondidas en
la neblina.
#historias no menos que reales
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